Hara quiere decir «vientre», pero en un sentido más profundo hace referencia a una actitud humana liberada del pequeño yo, que se halla anclada a la realidad terrestre, asentada en la roca que le permite alzarse hacia otro lugar, hacia lo Otro.

Establecida en el Hara la persona, segura, puede decir que se halla libre del miedo y descubrir en sí misma las fuerzas de la vida, que allí en el yunque del bajo vientre se transforman y renuevan.

La persona asentada en el Hara vive su cuerpo con la soltura de quien, libremente, se da permiso a sí mismo para abrirse, cerrarse, re-encontrarse.

Estar anclada ahí, en el Hara, no significa sin embargo, haber concluido el camino de transformación, sino sencillamente haberlo cimentado. Y ello porque el verdadero centro del ser humano es más sólido aún que el centro terrestre del bajo vientre, ya que éste tan sólo representa eso, la cimentación firme del roquedal del que emanará otro centro superior, donde se establece el logos de las fuerzas espirituales. En donde el ser humano encuentra su sentido, su fuerza y su gran amor.

En un aspecto simbólico, el centro verdadero es el corazón, fusión integradora del cielo y de la tierra.

La persona traspasando su pequeño ego, puede así elevarse como un todo, mas no como un simple eslabón entre cielo y tierra sino como, en palabras de Dürckheim, la unión de uno y otra en una conciencia iluminada.

Así que el corazón simboliza a la persona como hija del cielo (Ser) y de la tierra (vida).

La misión del ser humano en la tierra es convertir esos momentos numinosos en estables, siendo testigo firme de su doble origen.
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Rafael Redondo Barba